martes, 7 de julio de 2009

Conferencia de María Emilia Chávez Lara




Óscar de la Borbolla y sus travesías por Serendipia: de la refutación literaria a la ucronía

Por María Emilia Chávez Lara

Si empezara a decirlo con fantasmasde palabras y engaños, al azar,llegaría, temblando de sorpresa,a inventar la verdad…Xavier Villaurrutia
Al físico alemán Albert Einstein se le atribuye la frase: “El azar no existe; Dios no juega a los dados con el universo.” Puedo contravenir esta afirmación.La isla de Ceilán, hoy Sri Lanka, fue conocida hace muchos años como el reino de Serendip. En 1557 el escritor italiano Christoforo Armeno escribió un cuento sobre tres hermanos que hacían, sin proponérselo, descubrimientos afortunados. Ese relato fue conocido más tarde bajo el título “Los tres príncipes de Serendip”, aunque en ocasiones se distorsiona su autoría. Una de las personas que leyó el cuento de Christoforo Armeno fue el escritor Horace Walpole -autor de El Castillo de Otranto-, y disfrutó tanto la historia que, en 1754, inventó la palabra serendipia1. Walpole utilizó el nuevo término para referirse a encuentros felices que se logran en parte por casualidad, en parte por prestar atención a pequeños detalles.Después de Walpole nadie más utilizó la palabra serendipia hasta mediados del siglo XX. Quienes la retomaron fueron, en su mayoría, científicos para referirse a descubrimientos accidentales originados por el azar. Por ejemplo, se cuenta que Isaac Newton descubrió la gravitación al ver caer una manzana. Fue sin querer que Alexander Fleming descubrió la penicilina cuando por accidente contaminó un cultivo, o Niels Bohr descifró la estructura del átomo después de soñarlo. Gracias a la serendipia, los laboratorios 3M se volvieron millonarios al descuidar su producción de pegamento: los responsables del control de calidad olvidaron añadir un componente durante el proceso de fabricación y tuvieron como resultado un adhesivo de baja calidad que más tarde fue utilizado en los famosos papelitos para notas adhesivas Post-it.Las definiciones que algunos diccionarios de lengua inglesa dan para la palabra serendipia son: “… la ocurrencia y el desarrollo de eventos fortuitos en un modo feliz o beneficioso”2; “…cuando por accidente se realizan descubrimientos interesantes o valiosos”3. El vocablo no se incluye en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, pero Manuel Seco, en su Diccionario del Español Actual , da esta definición: “…facultad de hacer un descubrimiento o un hallazgo afortunado de manera accidental”. Para entender mejor la serendipia podemos decir que se parece a la chiripa, definida como una “casualidad favorable”. En resumen, serendipia es la ciencia del azar.Fue una serendipia la que me llevó, hace quince años, hasta un libro titulado El amor es de clase de Óscar de la Borbolla (Ciudad de México, fecha de nacimiento incierta), que más tarde sería reeditado como Dios sí juega a los dados. En este libro leí el cuento “Las esquinas del azar”4. En el relato dos teléfonos suenan al mismo tiempo, los respectivos dueños (un pintor y una abogada), sin conocerse el uno al otro, responden al llamado y se desarrolla un diálogo parecido a este:-Bueno-Bueno-Sí, ¿con quién quiere hablar?-¿Cómo que con quién quiero hablar si mi teléfono acaba de sonar?-Pues a mí me ha ocurrido lo mismo, las líneas deben estar descompuestas.A partir de ese momento las líneas telefónicas se cruzan de manera intermitente, sin un patrón definido, y los protagonistas de la historia entablan una amistad virtual. Se dan cuenta, tiempo después, de que hay una persona que siempre encuentran en la calle, vayan a donde vayan y, lo que es peor, que esa mujer, que ese hombre, es el amigo telefónico. Asustados, deciden recluirse y desconectar los aparatos, pero descubren que están enamorados. Salen a buscarse y nunca más se encuentran.En el mismo libro encontré otro cuento que me asombró por su formato: “El paraguas de Wittgenstein”, en el que el autor suma lo lógico con lo incierto. Al igual que el filósofo austriaco Ludwing Wittgenstein, De la Borbolla estructura su texto en párrafos que van de lo general a lo particular, al tiempo que explora todas las posibilidades de un momento.Con base en teorías filosóficas, De la Borbolla da forma a sus relatos para después experimentar con teorías científicas. El autor se dirige hacia las fronteras, hacia lo que está por descubrirse, a los límites de lo que ocurrirá en un futuro cercano. Fue así como me enteré de que bajo la racionalidad se esconde el azar. Y no hablo sólo de la ficción: tras la disposición de cada átomo del universo que muestra cierto grado de organización, existe una medida de incertidumbre y desorden, hay entropía. Si el mundo funciona se debe a que, en promedio, el orden es mayor al caos.Las estructuras con las que De la Borbolla experimenta, sin embargo, están lejos de la anarquía. Se requiere maestría para lograr textos que se desmientan a sí mismos, para llegar a la refutación literaria que el autor muestra en sus tres novelas: Todo está permitido, Nada es para tanto y La vida de un muerto. En estos textos se descubren varios niveles de ficción: líneas que desmienten a las anteriores y que, en palabras de De la Borbolla, transforman al lector en un “cómplice desconcertado”. La refutación literaria hace que el receptor descubra que lo que imaginó no pudo ocurrir como se le ha contado.Para desmentir un texto se necesita verosimilitud tanto en la parte negada como en aquella que impugna. La veracidad no importa porque, finalmente, la mentira es más eficaz. El propio De la Borbolla cita a Francis Bacon cuando afirma que la única verdad que los seres humanos creemos es la que deseamos. Como dice Hans-Georg Gadamer en su obra Teoría y método, la lectura es un proceso de interioridad, la interpretación de un texto se define por las circunstancias propias del lector; la comprensión viene acompañada de los prejucios personales –esos mismos prejuicios que De la Borbolla critica por ser enemigos del conocimiento. Gadamer toma ideas de Heidegger para explicar que la interpretación de un texto se empaña por las expectativas del significado, contrarias a lo que el texto significa “de otra forma”.Así que De la Borbolla deja a un lado la “verdad” para construir nuevos mundos, para construir lugares fuera del tiempo. Toma del filósofo francés Charles Renouvier el concepto de Ucronía, la historia que pudo ser, la historia alterna, aquella que daría como resultado otra realidad, las posibilidades del pasado.Durante varios años, en distintos periódicos de la Ciudad de México, De la Borbolla publicó –bajo la apariencia de reportajes y artículos periodísticos- una serie de ucronías con alevosía y ventaja. Se dedicó a provocar, encandalizar y engañar lectores mientras jugaba con la veracidad del periodismo y la verosimilitud de la ficción. Él mismo reconoce que el peso que da el formato de un diario no es el mismo que el de un libro. Es conocido el episodio en el que la Real Academia de la Lengua Española, tras la publicación de “Los males del castellano” en el diario El País –ucronía en la que el médico Leonardo Zúñiga expone argumentos científicos para asegurar que hablar español causa cáncer de garganta debido a la colocación de los fonemas-, intentó demandar al imaginario galeno. De la Borbolla se complace en estas fechorías y demuestra que la literatura es provocación, seducción, deseo. Si seducir un amor es asunto difícil, seducir a un lector lo es mucho más. Como señala Jean Baudrillard: “La seducción no es deseo, sino lo que juega con el deseo y se burla del deseo. Lo que eclipsa el deseo, le hace surgir y desaparecer, levanta las apariencias delante de él para precipitarle a su propio fin”.5Cual alquimista, el autor busca la fórmula de la vida eterna. Bajo el lema “prohibido morir”, De la Borbolla quiere corregir la realidad, transfigurarla. En el “Manifiesto Ucrónico” llama a aquellos que:se rasgan el vientre con un puñal japonés, se levantan el capacete del cuero cabelludo de un balazo, se arrojan al precipicio de un puente, se empastillan con cianuro, se amarran al cuello una piedra que florece en ondas sobre la espantada superficie de un lago, se tiran a la cama de una habitación perfumada con gas, se serruchan las muñecas en un baño público, se rocían de gasolina en un bosque donde se prohíben las fogatas o inauguran una desviación hacia el paisaje abierto de la barranca, o saltan al fondo del alcohol o al fondo del opio o al fondo de un recuerdo o al fondo de un libro que vale más que la vida diaria que se desperdicia.6Convoca a manifestarse en contra “del dolor y de la muerte, de la escasez de oportunidades y la falta de libertad para poder tener muchas vidas distintas y no estar asfixiados por ninguna”.7El ucrónico utiliza, en palabras de Baudrillard, la “estrategia de la ausencia, de la esquiva, de la metamorfosis”, consistente en la “virtualidad de sustitución ilimitada, de encadenamiento sin referencia. Desconcertar, colocar trampas que dispersen las evidencias, que dispersen el orden de las cosas y el orden de lo real…”.8 Asegura que “nadie puede tachar de utópica una salida en la que no haya empeñado todas sus fuerzas” y proclama: “¡Por el triunfo de la vida y la ampliación de la esperanza!/¡Por la instauración de un mundo nuevo!/¡Por la posibilidad total de lo imposible!/¡Por la destrucción de la realidad!/¡PROHIBIDO MORIR!”Igual que los textos de De la Borbolla, la muerte se desmiente a si misma con la vida (aunque también sucede a la inversa). Para desafiar a la natural muerte, De la Borbolla se vale de un elemento no natural: el lenguaje. Utiliza la imagen de los “extraños ideogramas” que son las palabras y los números de manera lúdica: “Y ahí estaba ella, también haciendo operaciones matemáticas con sus compañeros de trabajo, pues el esbelto bailarín parecía un 1, el guitarrista, pierna cruzada, un 4, el cantinero bebe cerveza, un 6, y Laura, acinturada como un 8…”.9A partir del lenguaje, De la Borbolla otorga otros atributos a sus historias. Recorta oraciones para dar velocidad como en la novela Todo está permitido: “Me ha costado un dineral cebarme así que aguántate”, le dice el jefe panzón a su joven secretaria al tiempo que la penetra. “Me ha costado un dineral cebarme así, así que aguántate” sería la oración completa, más lenta y que restaría poder de seducción:Un juego de palabras siempre es un desafío, y aludir a la seducción en una era triunfante de producción apareja también un desafío teórico. El desafío, y no el deseo, aparece en el corazón de la seducción. Es aquello a lo que no se puede dejar de responder, mientras que sí es posible no responder al deseo. Nos arrastra más allá de cualquier contrato, más allá de la ley del cambio, más allá de las equivalencias, en una puja que puede no tener fin. El desafío, la seducción, son lo que, mucho más que el principio del placer, nos arrastran más allá del principio de realidad.10La seducción implica discursos, palabras y deseos. Como afirma Rudyard Kipling: las palabras son la droga más poderosa de la humanidad.Todos los experimentos de De la Borbolla se concentran en la novela La vida de un muerto. El mismo autor califica su obra como una “novela total”, en la que se incluye al lector como activo creador. Con un personaje “experto en asumir los papeles que la suerte le ofrece” y a quien el azar ha llevado hasta la muerte, el autor consigue que nos identifiquemos afectivamente con su personaje:…el hecho de anexar una actitud simpática o amorosa respecto a una vida vivenciada empáticamente, es decir, el concepto de simpatía, o sentimiento participado explicado y comprendido de una manera consecuente, destruye radicalmente el principio puramente expresivo: el acontecer artístico de la obra adquiere una apariencia totalmente nueva, se desarrolla en un sentido muy diferente, y la simpatía pura en tanto que momento abstracto de este acontecer viene a ser sólo uno de los momentos, y además un momento extraestético...11Buscamos claves de nosotros mismos a través de nuestros afectos, y Benito Correa, personaje central de la novela es, en este sentido, un espejo. Correa es una especie de héroe que adopta varias vidas –parte del pliego petitorio ucrónico- para responder a la pregunta que siempre se ha hecho la humanidad: ¿para qué la muerte? Correa es un burócrata maltratado hasta por su esposa, pero también es el marinero Pablo Jofer y el narcotraficante Tony Lugano: “El deseo de gloria organiza la vida del héroe ingenuo y también organiza el relato de su vida: enaltecimiento. La aspiración de gloria es un reconocerse dentro de la humanidad cultural de la historia (o de la nación), y un afirmar y construir su vida”.12Pese a su formación como filósofo, De la Borbolla va en contra de su gremio que sólo ve muerte alrededor: filósofos del absurdo. En La vida de un muerto hace que un mismo personaje tenga vidas distintas para ir en contra de la muerte, a pesar de la muerte misma. Navega entre el texto que se desmiente a sí mismo y la ficción fuera del tiempo, la ucronía, que se convierte en realidad. Narra, además de la historia “real”, la historia posible, ucrónica, la que pudo suceder y no sucedió; descubre lo posible en lo falso, crea escenarios conocidos para llegar a parajes nunca antes vistos, y explora la difusa frontera que separa ficción de realidad. Todo con tal de encontrar el sentido de la vida, de dirigirse hacia él.Cuando Dios juega a los dados hace trampa; De la Borbolla también: experimenta con el lenguaje “para denunciar su presencia intrusa”, escribe “un mundo para suplantar este mundo” porque la realidad lo defrauda. Para demostrar, como diría Jaime Sabines, que “solo la vida existe”.En La vida de un muerto hay ucronía, porque incluye todas las formas de existencia que un personaje puede adoptar. Hay refutación literaria en el momento en que comprendemos que la historia que hemos dado por cierta, es falsa. Hay juegos con el lenguaje que dan velocidad y juegos con los ideogramas que forman las letras. Benito Correa va en contra de la muerte, en el preciso momento en el que le toca morir.Después de mi primer encuentro con la literatura de Óscar de la Borbolla, no paré hasta leer todo lo que tenía publicado hasta ese momento. Tendría yo 17 años cuando mi madre –que conocía bien mi fascinación por la literatura ucrónica– me dio una sorpresa: había conocido a De la Borbolla, le había hablado de mí y él, muy amablemente, me envió un mensaje que dice lo siguiente: “Yo soy Óscar de la Borbolla y conocí a tu mamá de un modo extraño. Me encantó saber que me lees, ojalá un día más extraño aún podamos conocernos.”Emocionada doblé el papel que acababa de recibir y lo guardé en las páginas de El amor es de clase. A partir de ese momento, como en “Las esquinas del azar”, comencé a encontrar al escritor en varios puntos de la Ciudad de México: en Polanco, en la colonia Roma y en la Condesa, en el Centro Histórico, en Ciudad Universitaria. Me avergonzaba profundamente acercarme a él y confesarle mi admiración. En alguna ocasión, incluso, asistí a la presentación de uno de sus libros y no me atreví a pedir que firmara mi ejemplar. Estaba segura que, de acercarme a él, no tendría nada que decirle.Hasta que un día, por fin, se me ocurrió la solución: guardaría la nota en mi cartera y la próxima vez que encontrar a De la Borbolla en la calle lo abordaría so pretexto de que tenía un mensaje suyo. Pero, ¿qué pasaría si perdía o me robaban la billetera? Decidí fotocopiar el recado y volver a guardar el original en las páginas de los cuentos. Entonces sucedió: dejé de toparme con De la Borbolla.Pasó el tiempo y pensé en la absurda idea de jugar a los dados con Dios. Pensé en hacerle trampa. Mi idea era armar un escenario que pareciera casual. Nadie, ni Dios mismo, descubrirían que estaba todo perfectamente planeado. Tenía que toparme “azarosamente” con De la Borbolla y entregarle el mensaje que me había mandado hace tantos años. Estaba decidida: sería peor para la realidad si no dejaba que el encuentro que yo imaginaba sucediera. Suscribiría el “Manifiesto ucrónico” con tal de vivir la vida que deseo. No tomé en cuenta el principio de incertidumbre formulado por el físico alemán Werner Karl Heinsenberg, quien aseguraba que siempre existe una variable de indeterminación.Antes de que lograra siquiera planear alguna artimaña para conseguir que el encuentro que anhelaba con el escritor ocurriera, Dios hizo trampa. Una tarde, mientras escribía este texto, sonó mi teléfono, respondí y del otro lado de la línea escuché una voz masculina que decía: “Hola, soy Óscar De la Borbolla, me enteré que escribes algo sobre mí, que tienes un mensaje que te mandé hace años, y quiero invitarte a tomar un café para que platiquemos”. Mi primer pensamiento fue que alguien me jugaba una broma, pero mi interlocutor insistió tanto en ser el escritor, que acepté la invitación.Aún faltaba la parte más difícil, porque, como pregunta De la Borbolla:¿Cómo se encuentran los que se buscan? Los que no se buscan se encuentran por casualidad: la suerte los hace coincidir en una esquina o los reúne en un elevador: los pone a cada uno en una ruta que en apariencia no contempla cruzarse con la otra; pero que avanza fatalmente para desembocar en el sitio y en el instante al que llegan puntuales los que no se buscan: nadie podrá explicar jamás la demora o la vuelta impensada que nos arroja al llamado encuentro inesperado. Los que se buscan, en cambio, tienen que ponerse de acuerdo: conciertan una cita, revisan su agenda, proponen un punto para la reunión y hacen todo lo conducente para acudir a tiempo. Los que se buscan sustituyen el azar por la voluntad y sólo cuando las cosas salen de maravilla consiguen encontrarse.13Mi encuentro azaroso, aunque prefabricado se había arruinado. Perdí la partida.Dice Italo Calvino que, en cada historia, sólo hay dos finales posibles: el que ratifica la vida y el que profundiza en el sentido de la muerte. La literatura de Óscar de la Borbolla ratifica la vida como azar.
BIBLIOGRAFÍABajtín, M. M., Estética de la creación verbal, México, Siglo XXI, 2005.Baquero Goyanes, Mariano, Estructuras de la novela actual, Madrid, Castalia, 2001.Baudrillard, Jean, El otro por sí mismo, Barcelona, Anagrama, 1997.

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